miércoles, enero 11, 2006

Los niños del Wolfram

Niños mineros
El cartucho de dinamita estaba encajado en una endidura escarbada en la roca, Elías y su compañero intentaban encender el fósforo rascándolo con nerviosismo sobre la áspera lija, pese a estar acostumbrados a hacerlo, cada vez que repetían la operación su corazón palpitaba con tanta fuerza y celeridad que parecía estar a punto de reventar dentro de su pecho. El silencio era absoluto, sus manos dejaban resbalar el sudor que les bajaba por ambos brazos y sus alientos jadeaban intermitentes.-¡Por fín!-Gritó uno de los niños. La cerilla brillaba encendida, arrimaron la llama a la mecha y esta chisporroteó en seguida. Normalmente el filamento tardaba unos diez segundos en llegar al cartucho, tiempo suficiente para correr y buscar resguardo en algún lugar seguro. Esta vez la mecha se consumió con enorme celeridad. Con la cerilla todavía entre los dedos, Elías sintió el fuerte estruendo de la detonación y un potente empujón le tumbo de espaldas sobre la hierba. Sentía el eco vacío en sus oidos y la luz del día parecía haberse esfumado de repente. Un insoportable dolor le traspasaba la cabeza que le recorría todo el cuerpo desde la testa hasta los pies. Separó las manos de su rostro y descubrió la palma ensangrentada, una piedra se había desprendido de la roca a causa de la explosión y le había taladrado el ojo derecho. Desde aquel entonces, en lugar de ser conocido como "Elías el pescadero"(debido a la tradición familiar), se le conocería con el sobrenombre de "Elías el tuerto".
Antonio levantó la manga de su chaqueta mientras me miraba con ojos burlones, elevó el brazo hasta la altura de mi retina y me mostró su reloj, era un certina con la caja fabricada en oro .-"Lo compré con el primer dinero que saqué cogiendo Wolfram"-Fanfarroneó risueño.-"Por aquél entonces apenas abultaba un palmo más que tu hijo".
Antonio hacía años que peinaba canas, era un veterano que había impartido clases en la escuela forestal de Lorizán, en Marín y que la nostalgia había hecho abandonar el olor a celulosa por el perfume almendrado de las montañas bercianas.Ya en tierras leonesas trabajó de capataz en Obras Públicas hasta que un desafortunado comentario sobre una persona inadecuada forzó su marcha de la empresa estatal. Acabó construyendo y levantando su propia granja en su pueblo natal, Molinaseca.
Antonio me relataba la historia de su amigo Elías-"Un primo mío tambien perdió otro ojo, pero ese fué por confiado"-Comentó con gesto indiferente.
Me encanta escuchar a Antonio, debido a un accidente de moto, su tabique nasal había perdido la perpendicularidad y su voz sonaba como desde el fondo de un barreño, abriendo exageradamente la boca a cada palabra para poder respirar al mismo tiempo que hablaba.
Me dibujó con sus palabras aquellos años. Años llenos de necesidad y de picaresca.
"La ciudad del dolar". Así era como se conocía Ponferrada a principios de los años 40. La demanda de Wolfram, un metal usado por los alemanes para fabricar armamento, había multiplicado los ingresos de muchas familias bercianas que se lanzaban al monte en busca de este nuevo tesoro de aspecto negruzco. Los chavales de la época se hacían con cartuchos de dinamita y ajenos al peligro, estallaban las montañas para extraer de sus entrañas rocas de Wolfram que venderían después a cambio de una perronas con las que comprarían todo aquello
que la precariedad de la posguerra les había vetado.
Esta siempre ha sido tierra de luchadores, gentes que han sabido aprovechar la riqueza de la naturaleza que les rodea. Tierra criadora de pequeños Lazarillos que han sabido burlar el hambre aún en tiempos de extrema escasez.
Desde mi ventana puedo ver las montañas. La niebla, como de costumbre, reposa a leves centímetros de la hierva, flota entre las ramas, envuelve las rocas y oculta el río, como protegiéndolo de mi mirada intrusa. Parece que desee guardar los recuerdos de aquellos jovencitos buscadores de Wolfram que corrían por sus laderas, escarbando y reventando las rocas, huyendo cargados de piedras entre burlonas carcajadas y fanfarroneando de su nueva y efímera condición de ricachones con sus tesoros en el fondo de un morral.

4 comentarios:

Silvia dijo...

Estimado amigo:
Cada vez que visito tu blog, más me gusta y es para mí un honor que entre tus "blogs amigos" incluyas el mío. Yo también quiero añadir el tuyo como blog amigo, pero el problema que tengo es que no sé cómo se hace O_o. Si me lo pudieras explicar te lo agradecería, porque todavía me cuesta esto de la informática.
Gracias, y gracias por este maravilloso blog que merece la pena visitar

Miguelius dijo...

Hola,
Me has dejado anonadado, creo que tu magistralidad para escribir es elocuente. Me sorprendes, has formado imágenes realmente hermosas dentro de lo que es aquel pueblecillo alemán, supongo.
Podrías seguir relatando, y seguro que hubiese nacido una novela interesantísima, llena de confines ocultos esperando por ser descubiertos.

Te quiero invitar a mi blog, hay poemas, artículos, cuentos, etc. Espero que te guste déjame un post, así me recordarás que te vuelva a visitar y que te agregue a mis enlaces, has lo mismo con mi blog.

Se despide, Miguelius

Monroy dijo...

Muchas gracias Miguelus, es impagable el placer que he sentido al leer tus letras. Un abrazo

Monroy dijo...

Muchísimas gracias, Silvia el placer y el honor es mío, placer de leerte y recibir tus elogios y el honor de seguirte. Un abrazo